"Vivir es ir poniendo el corazón y un pie detrás del

otro sobre el camino que se vaya abriendo"- Pedro Casaldáliga



viernes, 13 de julio de 2012

EL CUENTO




EL CUENTO

(BIBLIOGRAFÍA: http://clasesmgs.blogspot.com/2011/06/cuento-moderno-definicion.html, Nuevo Portal del Idioma 6-Editorial Norma  2004, Módulo para la enseñanza de la Lengua Castellana- Alcaldía de Santiago de Cali y UniValle)

CARACTERÍSTICAS

Es una narración corta de situaciones imaginarias, con un esquema y un argumento  sencillos, con pocos personajes. También se lo puede definir como un relato corto, donde se narra una acción realizada por unos personajes en un ambiente determinado. Pueden  distinguirse tres clases de cuentos:
a.   Fantástico que es aquel en el que predomina la imaginación.
b.  Anecdótico, que se desarrolla en torno a un hecho significativo con su dosis de ingenio.
c.   Didáctico, cuyo fin es enseñar una lección.

Existen dos grandes tipos de cuentos:
 El tradicional, perteneciente a la literatura épica, primero transmitidos en forma oral y luego, en libros, y el cuento moderno, que nació en el siglo 19, a partir de la obra de Edgard Allan Poe. A diferencia de los cuentos tradicionales, éstos fueron escritos por autores y reúnen las siguientes características:

a.      Suceso único: El argumento de la narración se centra en un único suceso, es decir, se ocupa de un solo acontecimiento.
  1. La brevedad, ya que para contar un suceso no son precisas muchas palabras. El relato del hecho no debe prolongarse más allá de lo que se necesita para desarrollarlo y explicarlo
  2. Tensión y efecto: Son los factores que nos amarran al relato y exige del lector una lectura  de una sola vez de principio a fin. Y cuando el cuento es bueno, y nos ha enganchado totalmente, no podremos dejarlo hasta el final
  3. Narración y tiempo: El cuento narra un suceso acabado y por tanto se sitúa siempre en el pasado. Inclusive en los cuentos de ciencia ficción, que si bien hablan del futuro, están escritos como si los hechos allí contados estuviesen sucediendo o hubiesen sucedido ya
  4. Personajes: El auténtico personaje del cuento  deber ser, el acontecimiento mismo que se constituye en su protagonista. Los personajes carecen de relieve propio y deben estar concebidos en función del suceso central.
     Estructuras del cuento
a.     Ternaria
Esta estructura, en su forma más elemental, nos llevan a la historia básica o relato mínimo que consta de tres partes:
1.  Introducción o estado inicial
Aquí se dan los elementos necesarios para comprender el relato. Se presentan los rasgos de los personajes, se dibuja el ambiente en que se sitúa la acción y se exponen los sucesos que originan la trama. Es una especie de presentación de los elementos que conformarán el relato. Será breve, clara, sencilla, y en ella quedarán establecidos el lugar de la acción y los nombres de los personajes principales.

2.  Desarrollo, nudo o fuerza de transformación
Consiste en la exposición del problema que hay que resolver. Va progresando en intensidad a medida que se desarrolla la acción y llega al clímax o punto culminante (máxima tensión), para luego declinar y concluir en el desenlace. Constituye la parte principal del cuento, aunque no la esencial.
3.  Desenlace o estado final
Resuelve el conflicto planteado; concluye la intriga que forma el plan y el argumento de la obra. Es la última y esencial parte del argumento.

b.     Quinaria
“Derivada de la ternaria, esta estructura es un poco más compleja lo que la ternaria y tal vez, por esa razón, con mayores posibilidades  para generar historias más amplias. Veamos sus componentes con un ejemplo del cuento “Caperucita Roja”:
1.  Estado inicial: La viejita, abuela de Caperucita, está esperando que su nieta le lleve unos pasteles.
2.  Fuerza de transformación: Aparece el lobo y se hace un estofado de viejita y más adelante de Caperucita.
3.  Estado resultante: La viejita y caperucita han quedado en la barriga del lobo.
4.  Fuerza de reacción: Aparece el leñador, quien mata al lobo y saca a la viejita y a la niña sin un rasguño.
5.  Estado final: La abuela y la niña quedan vivitas y sanitas.”

ACTIVIDADES
Lee cuidadosamente los siguientes cuentos y prepárate para unas preguntas en clase para la primera semana de clases.


 UN DÍA DE ESTOS - GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ 
El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. 

Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.

Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.

Después de la ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.

- Papá.

- Qué

- Dice el alcalde que si le sacas una muela.

- Dile que no estoy aquí.

Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.

- Dice que sí estás porque te está oyendo.

El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados, dijo:

- Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.

- Papá.

- Qué.

Aún no había cambiado de expresión.

- Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.

Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.

- Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.

Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:

- Siéntese.

- Buenos días -dijo el alcalde.

- Buenos -dijo el dentista.

Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.

Don Aurelio Escovar le movió la cabeza hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una presión cautelosa de los dedos.

- Tiene que ser sin anestesia -dijo.

- ¿Por qué?

- Porque tiene un absceso.

El alcalde lo miró en los ojos.

- Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una marga ternura, dijo:

- Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.

- Séquese las lágrimas -dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose.

-"Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal."

El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.

- Me pasa la cuenta -dijo.

- ¿A usted o al municipio?

El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:

- Es la misma vaina.

ALGO MUY GRAVE VA A SUCEDER EN ESTE PUEBLO

Gabriel García Márquez
Nota: En un congreso de escritores, al hablar sobre la diferencia entre contar un cuento o escribirlo, García Márquez contó lo que sigue, "Para que vean después cómo cambia cuando lo escriba".

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde:

-No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice:

-Te apuesto un peso a que no la haces.

Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta:

-Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo.

Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:

-Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto.

-¿Y por qué es un tonto?

-Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo.

Entonces le dice su madre:

-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen.

La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero:

-Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.

El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice:

-Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas.
Entonces la vieja responde:

-Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras.

Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:

-¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?

-¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!

(Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)

-Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor.

-Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.

-Sí, pero no tanto calor como ahora.

Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz:

-Hay un pajarito en la plaza.

Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.

-Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.

-Sí, pero nunca a esta hora.

Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo.

-Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy.

Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:

-Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.

Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo.

Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:

-Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas.

Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando:

-Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca.

LA SIESTA DE LOS MARTES - GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

El tren salió del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. En el estrecho camino paralelo a la vía férrea había carretas de bueyes cargadas de racimos verdes. Al otro lado del camino, en intempestivos espacios sin sembrar, había oficinas con ventiladores eléctricos, campamentos de ladrillos rojos y residencias con sillas y mesitas blancas en las terrazas entre palmeras y rosales polvorientos. Eran las once de la mañana y todavía no había empezado el calor.

-Es mejor que subas el vidrio-dijo la mujer-. El pelo se te va a llenar de carbón.

La niña trató de hacerlo pero la ventana estaba bloqueada por el óxido.

Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase. Como el humo de la locomotora siguió entrando por la ventanilla, la niña abandonó el puesto y puso en su lugar los únicos objetos que llevaban: una bolsa de material plástico con cosas de comer y un ramo de flores envuelto en papel de periódicos. Se sentó en el asiento opuesto, alejada de la ventanilla, de frente a su madre. Ambas guardaban un luto riguroso y pobre.

La niña tenía doce años y era la primera vez que viajaba. La mujer parecía demasiado vieja para ser su madre, a causa de las venas azules en los párpados y del cuerpo pequeño, blando y sin formas, en un traje cortado como una sotana. Viajaba con la columna vertebral firmemente apoyada contra el espaldar del asiento, sosteniendo en el regazo con ambas manos una cartera de charol desconchado. Tenía la serenidad escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza.

A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo diez minutos en una estación sin pueblo para abastecerse de agua. Afuera, en el misterioso silencio de las plantaciones, la sombra tenía un aspecto limpio. Pero el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir. El tren no volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos. La mujer inclinó la cabeza y se hundió en el sopor. La niña se quitó los zapatos. Después fue a los servicios sanitarios a poner en agua el ramo de flores muertas.

Cuando volvió al asiento la madre le esperaba para comer. Le dio un pedazo de queso, medio bollo de maíz y una galleta dulce, y sacó para ella de la bolsa de material plástico una ración igual. Mientras comían, el tren atravesó muy despacio un puente de hierro y pasó de largo por un pueblo igual a los anteriores, sólo que en éste había una multitud en la plaza. Una banda de músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro lado del pueblo en una llanura cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones.
La mujer dejó de comer.

-Ponte los zapatos-dijo.

La niña miró hacia el exterior. No vio nada más que la llanura desierta por donde el tren empezaba a correr de nuevo, pero metió en la bolsa el último pedazo de galleta y se puso rápidamente los zapatos. La mujer le dio la peineta.

-Péinate -dijo.

El tren empezó a pitar mientras la niña se peinaba. La mujer se secó el sudor del cuello y se limpió la grasa de la cara con los dedos. Cuando la niña acabó de peinarse el tren pasó frente a las primeras casas de un pueblo más grande pero más triste que los anteriores.

-Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora -dijo la mujer-. Después, aunque te estés muriendo de sed no tomes agua en ninguna parte. Sobre todo, no vayas a llorar.

La niña aprobó con la cabeza. Por la ventanilla entraba un viento ardiente y seco, mezclado con el pito de la locomotora y el estrépito de los viejos vagones. La mujer enrolló la bolsa con el resto de los alimentos y la metió en la cartera. Por un instante, la imagen total del pueblo, en el luminosos martes de agosto, resplandeció en la ventanilla. La niña envolvió las flores en los periódicos empapados, se apartó un poco más de la ventanilla y miró fijamente a su madre. Ella le devolvió una expresión apacible. El tren acabó de pitar y disminuyó la marcha. Un momento después se detuvo.

No había nadie en la estación. Del otro lado de la calle, en la acera sombreada por los almendros, sólo estaba abierto el salón de billar. El pueblo flotaba en calor. La mujer e y la niña descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas empezaban a cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta la acera de sombra.

Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor, el pueblo hacía la siesta. Los almacenes, las oficinas públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las once y no volvían a abrirse hasta un poco antes de las cuatro, cuando pasaba el tren de regreso. 

Sólo permanecían abiertos el hotel frente a la estación, su cantina y su salón de billar, y la oficina del telégrafo al lado de la plaza. Las casas, en su mayoría construidas sobre el modelo de la compañía bananera, tenían las puertas cerradas por dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y hacían la siesta sentados en plena calle.

Buscando siempre la protección de los almendros, la mujer y la niña penetraron en el pueblo sin perturbar la siesta. Fueron directamente a la casa cural. La mujer raspó con la uña la red metálica de la puerta, esperó un instante y volvió a llamar.

-Necesito al padre -dijo.

-Ahora está durmiendo.

-Es urgente -insistió la mujer.

-Sigan -dijo, y acabó de abrir la puerta.

La mujer de la casa las condujo hasta un escaño de madera y les hizo señas de que se sentaran. La puerta del fondo se abrió y esta vez apareció el sacerdote limpiando los lentes con un pañuelo.

-Que se les ofrece? -preguntó.

-Las llaves del cementerio -dijo la mujer.

-Con este calor -dijo-. Han podido esperar a que bajara el sol. La mujer movió la cabeza en silencio. El sacerdote pasó del otro lado de la baranda, extrajo del armario un cuaderno forrado de hule, un plumero de palo y un tintero, y se sentó a la mesa. El pelo que le faltaba en la cabeza le sobraba en las manos.

-Que tumba van a visitar? -preguntó.

-La de Carlos Centeno -dijo la mujer.

-¿Quién?

-Carlos Centeno -repitió la mujer.

El padre siguió sin entender.

-Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada -dijo la mujer en el mismo tono-. Yo soy su madre.

-De manera que se llamaba Carlos Centeno -murmuró el padre cuando acabó de escribir.

-Centeno Ayala -dijo la mujer-. Era el único varón.

-Firme aquí.

La mujer garabateó su nombre, sosteniendo la cartera bajo la axila. La niña recogió las flores, se dirigió a la baranda arrastrando los zapatos y observó atentamente a su madre.
El párroco suspiró.

-Nunca trató de hacerlo entrar por el buen camino?

La mujer contestó cuando acabó de firmar.

-Era un hombre muy bueno.

El sacerdote miró alternativamente a la mujer y a la niña y comprobó con una especie de piadoso estupor que no estaban a punto de llorar.
La mujer continuó inalterable:

-Yo le decía que nunca robara nada que le hiciera falta a alguien para comer, y él me hacía caso. En cambio, antes, cuando boxeaba, pasaba tres días en la cama postrado por los golpes.

-Se tuvo que sacar todos los dientes -intervino la niña.

-Así es-confirmó la mujer-. Cada bocado que comía en ese tiempo me sabía a los porrazos que le daban a mi hijo los sábados a la noche.

-La voluntad de Dios es inescrutable -dijo el padre.

Desde antes de abrir la puerta de la calle el padre se dio cuenta de que había alguien mirando hacia adentro, las narices aplastadas contra la red metálica. Era un grupo de niños. Cuando la puerta se abrió por completo los niños se dispersaron. Suavemente volvió a cerrar la puerta.

-Esperen un minuto -dijo, sin mirar a la mujer.

Su hermana apareció en la puerta del fondo, con una chaqueta negra sobre la camisa de dormir y el cabello suelto en los hombros. Miró al padre en silencio.

-¿Qué fue? -preguntó el.

-La gente se ha dado cuenta -murmuró su hermana.

-Es mejor que salgan por la puerta del patio -dijo el padre.

-Es lo mismo -dijo su hermana-. Todo el mundo está en las ventanas.

La mujer parecía no haber comprendido hasta entonces. Trató de ver la calle a través de la red metálica. Luego le quitó el ramo de flores a la niña y empezó a moverse hacia la puerta. La niña siguió.

-Esperen a que baje el sol -dijo el padre.

-Se van a derretir -dijo su hermana, inmóvil en el fondo de la sala-. Espérense y les presto una sombrilla.

-Gracias -replicó la mujer-. Así vamos bien.

Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.








domingo, 5 de febrero de 2012

EL PROPÓSITO AL ESCRIBIR


¿PARA QUÉ ESCRIBIR?

A la pregunta anterior muchos dirán:
-“Porque toca”
-“Porque sólo así me podré graduar”
-“Porque si no lo sé hacer, no me podré emplear”.
Sin embargo, la pregunta puede formularse con un sentido más profundo:
-¿Qué razones me impulsan a escribir?
-¿Cómo expreso mi forma de ser a través de la escritura?

RAZONES PARA ESCRIBIR
Daniel Cassany- La cocina de la escritura, Barcelona, Anagrama 1999 página 41

“Confieso que me gusta escribir y que me lo paso bien escribiendo. Me resisto a creer que nací con este don especial. Al contrario, me gusta creer que he aprendido a usar a usar la escritura y a divertirme escribiendo; que yo mismo he configurado mis gustos. La letra impresa ha sido un compañero de viaje que me ha seguido en circunstancias muy distintas. Poco a poco he cultivado mi sensibilidad escrita, desde que llevaba pañales, cuando veía a padres y hermanos jugando con letras, hasta la actualidad.

Cuando era adolescente escribía poemas y cuentos para analizar mis sentimientos, sobre todo en momentos delicados. En la escuela y en la universidad me harté de tomar apuntes, resumir y anotar lo que tenía que retener para repasar más adelante; también escribí para aprender (reseñas, comentarios, trabajos) y para demostrar que sabía (exámenes). Todavía hoy, cuando tengo que entender un texto o una tesis complejos, hago un esquema o un resumen escrito.

Creo que cada persona puede cultivar la afición por la escritura de una manera parecida. Sólo se trata de saber encontrar los indiscutibles beneficios personales que puede ofrecernos esta tarea. Un día te pones a escribir sin que nadie te lo ordene y entonces descubres su encanto. Vuelves a hacerlo y, poco a poco, la escritura se revela como una gran amiga, como una excelente y útil compañera de viaje. Te conviertes en un (a) escritor (a) -¡ojo!, en minúscula, si hace falta.




ESCRIBIR ES…
Víctor Moreno, El deseo de escribir, Navarra, Pamiela, 1994, página 212.

Para mí, escribir es la manera más barata de pensar, de reflexionar, de ordenar el caos interior, la mezcolanza que lo real, interior y exterior produce en nuestro organismo. Escribir es un acto de libertad sin trampa ni cartón. Como el leer. Podemos manipular las palabras, colocarlas como nos plazca, hacer con ellas un mundo, hacer con ellas los que nos dé la realísima gana. Podemos escribir a distintos destinatarios, con distintos objetivos, hacer diez versiones de una misma historia, lo que queramos. ¿Alguien da más? Escribir significa conciliarse con la soledad, con el silencio, con el yo interior frente a la barbarie del ruido, de la estupidez, de la irracionalidad, del aborrecimiento. Escribir es un método formidable para registrar con los cinco sentidos, como un detective, lo que sucede en la realidad, lingüística y existencial. Por eso, es conveniente escribir todos los días. En definitiva, escribir es una tarea tan apasionante que no podemos dejarla en manos de la improvisación.

CÓMO Y POR QUÉ ESCRIBIMOS

PROPÓSITO
TIPO DE ESCRITO
CARACTERÍSTICAS
Expresar asuntos personales
Diarios, agendas de viajes, relatos, anécdotas, cartas, notas, crónicas, disertaciones, entre otros.
·          Se dirige al autor mismo o a alguien en particular
·         Se desarrolla libremente. Es fluido, informal. Es subjetivo
Informar, comunicar
Cartas formales, memorandos, solicitudes, invitaciones, memorias, actas, notificaciones, etc.
·         Se dirige a un particular o a un gran público. Sigue fórmulas convencionales, modelos establecidos.
·         Es impersonal, formal. Circula en contextos sociales, laborales, de oficina.
Inventar, crear.
Relatos, cuentos, novelas, poemas, mitos, leyendas, fábulas, chistes, comedias, canciones, anécdotas, ensayos.
·         Se dirige a un amplio auditorio.
·         Desarrolla un estilo personal. Literario.
·         Es un discurso organizado según algunos modelos. Puede ser experimental.
·         Utiliza un lenguaje cuidadoso. Es creativo, lúdico, artístico, subjetivo.
Exponer información
Noticias, ensayos, entrevistas, manuales, artículos científicos y periodísticos, documentales, textos académicos, enciclopedias, etc.
·         Se dirige a un amplio público.
·         Es objetivo. Circula en contextos académicos. Estilo claro, veraz, estructurado con rigor, sigue modelos establecidos.
Convencer, persuadir.
Ensayos, cartas, discursos, artículos de opinión, críticas, comentarios, editoriales, manifiestos, disertaciones
Se dirige a un amplio público.
Expresa opiniones personales sustentadas. Es subjetivo. Desarrolla estrategias argumentativas. Circula en medios académicos, literarios o políticos. Cuiddoso manejo del lenguaje

Con este cuadro podrás orientar tus futuros escritos. Para entender las relaciones entre estos factores, puedes hacerte las preguntas del siuiente cuadro:

PROPÓSITO
AUDIENCIA
AUTOR
MENSAJE
·         ¿Qué busco lograr con este escrito?
·         ¿Cómo reaccionará la audiencia?
·         ¿Cómo defino mi propósito claramente?
·         ¿A quién va dirigido mi escrito?
·         ¿Qué información es pertinente darles?
·         ¿Qué saben del tema?
·         ¿Cómo me dirijo a ellos?
·         ¿Cuál es mi posición frente al tema?

·         ¿Qué conozco del tema?

·         ¿Cómo es mi relación con la audiencia?
·         ¿Qué tipo de texto es apropiado?
·         ¿Qué lenguaje escogeré?
·         ¿Cómo será su extensión?
·         ¿Cómo lo organizaré?